Columna Cincel 4/25/22

Reynaldo Trujillo Mora

Hace bastante tiempo no me daba tiempo de escribir esta columna que de seguro volverá a gustarles donde nunca he tratado de denostar a nadie, pero que si se ofrece si les recuerdo las obligaciones y fallos que a veces tienen algunos actores políticos y que se suben tan alto como decía el chinto Martínez, en un ladrillo que no alcanzan a escuchar el timbre de una llamada y menos  leer desde tan alto un mensaje.

Caso los hay en todos lados, alguna vez les aplique a dos diputados que siendo mis amigos les dije: Como quisiera tener un diputado por este III distrito que me contestara mis llamadas, bastando solo eso para devolverme las que yo les había hecho, esto en dos periodos diferentes, eso si los dos por el PAN.

Ellos si  me llegan a leer o se lo comentan sabrán muy bien a que me refiero, uno auténticamente del Rio Altar y el otro de esta cabecera municipal.

Al del Rio Altar aprovecho para decirle muchas gracias por sus atenciones, que no fueron precisamente de chayote, sino de una gran atención en una ocasión de esas que a nadie se les desea, pero que allí estuvo apoyándome.

El otro de vez en cuanto también apoyándome con mi página por eso les agradezco a los dos, cada quien en su meritorio apoyo.

Le dije ahorita de los que se suben a la nube de un ladrillo y no oyen ni atienden, ni atinan a responder es aplicable a quienes detentan el poder en el municipio más extenso de la geografía sonorense.

Ahora resulta que en Pitiquito, Sonora municipio que se ha convertido en algo muy diferente de lo que fue no hace mucho tiempo, allí  donde un día la actual alcaldesa me comento que le estaba aplicando gran  parte del presupuesto a su seguridad pública municipal que tanta falta hacia apoyar para salvaguardar la integridad de sus pobladores que desde luego resulto letra muerta su mentada seguridad donde hasta el comandante que tenía según contaron los potiqueños salió despavorido a los primeros cuetes que tronaron en la comunidad, realizando forzadamente Yaneth Mazón García el relevo correspondiente en la persona de Cesar el Gato González que como para no presumir, las cosas han seguido en las mismas condiciones aun cuando se dice es un buen elemento, pero si no lo han dotado de los necesario pues las cosas van igual que antes.

Bueno les voy a compartir una anécdota del General Álvaro Obregón, cuyo final es aplicable a quienes olvidaron algo

Cuando alguien te diga ¡no se te olvide! tienes que contestar ¡ni a ti tampoco!

Una anécdota del general Obregón

La del general Álvaro Obregón fue una figura hasta cierto punto familiar en Guaymas, En una de aquellas ocasiones, el invicto “Manco de Celaya” caminaba solitario por la plaza “13 de Julio”.

Entonces, Obregón aceptó la invitación que le hizo un “bolerito” para asearse el calzado, sentándose en una de las viejas bancas de fierro fundido y tiras de madera pintadas de verde del histórico parque.  Pronto ambos platicaban entusiastamente, más el niño,  mugroso y descalzo, pues don Álvaro sólo lo interrogaba de  vez en cuando, para provocar su plática y deleitarse escuchando sus respuestas vivas e inteligentes.

Así supo que el bolero se llamaba Manuel, que a la muerte de su padre tuvo que convertirse prematuramente en hombre para sostener a su pobre madre y dos hermanos menores, con el escaso dinero que ganaba aseando calzado en la vía pública.

Primero fue otro bolero largo, seco y moreno como vara prieta, quien interrumpió el palique, golpeando de pasada en la cabeza a Manuelito, mientras le decía

— ¡No se te vaya a olvidar, “Greñas”!

El niño casi entre dientes le repuso

–¡Ni a tú tampoco, “Setagüi”!

Luego fue otro limpia-botas chaparrito y gordo, vestido casi con harapos, quien al pasar le recomendó a Manuel:

 — ¡No se te vaya olvidar, “Greñas”!

— ¡Ni a tú tampoco, “Uvari”, repuso el chico.

Muy lentamente continuaba su trabajo Manuelito, interrunpido ahora por las preguntas del general y luego por nuevas recomendaciones de otros colegas boleros que al pasar le espetaban:

— ¡No se te vaya olvidar, “Greñas”!

Para todas las cuales, siempre tuvo la misma respuesta:

— ¡Ni a tú tampoco… “Rengo”, “Sapo”, “Mocos”…!

Al fin, Obregón convencido de la viveza del bolero, y conmovido por la dureza de su vida, la que enfrentaba con decisión de hombre maduro, le comunicó:

— Mira Manuelito, tú eres un chamaco muy inteligente, muy listo.  Tu lugar está en una escuela.  Estoy seguro que con preparación llegarás a ser un hombre útil, un ciudadano valioso…

— Pues sí general, pera la escuela no es para los pobres como yo -interrumpió-

— Ahora mismo voy a dar instrucciones a las autoridades locales para que le fijen una pensión decorosa a tu madre y así puedas asistir con desahogo a la escuela… ya verás cómo vas aprender cosas interesantes… te voy a encargar con el profesor Dworak, y antes de lo piensas serás abogado o médico.

En una pequeña agenda de bolsillo, el general apuntó el nombre y la dirección de la viuda, datos que le proporcionó el muchacho con los ojos húmedos por la emoción.

— Bueno, Manuelito, pero ahora me vas a platicar del jueguito ese de no se te vaya olvidar que traes con tu palomilla, le interrogó don Álvaro.

— Este… es que… me da pena contarle general…

— ¿Por qué pena…?

— ¡Es que es una leperada, mi general!

— Anda…Anda… platícame que al fin los dos somos hombres y yo me sé todas las leperadas del mundo -le repuso Obregón con una risita pícara y bajando la voz, como invitándolo a la confidencia-

— Bueno mi general… le voy a decir porque usted lo ordena, pero… cuando… cuando me dicen no se te vaya olvidar, me quieren decir, no se te vaya olvidar… no se te vaya olvidar ir a chingar a tu madre… y… y… pos yo les respondo ni a tú tampoco, explicó Manuelito, mientras guardaba trapos, cepillo y grasa con la cabeza gacha sobre el cajoncito de madera, para eludir la mirada de su interlocutor.

La carcajada de Obregón, alegre y sonora, voló a confundirse con el escandaloso canto de los chanates que plagaban los viejos “yucatecos”.

— ¡Ah que chamacos cabrones!, dijo mientras se ponía de pie, y le extendía al chico dos moneditas de $2.50 oro nacional.  Luego se despidió sin palabras, mesando el pelo sucio y largo del bolerito, con su mano única.

El niño,  sofocado por la emoción, apretaba con fuerza aquella fortuna con su manecita sucia de grasa, y en su alma, la promesa que le hizo, ni más ni menos que El Hombre Fuerte de México.

— ¡General…! gritó de pronto Manuelito con ansiedad, pensando en la prometida pensión para su madre

Obregón se detuvo como a unos veinte metros de distancia ya, y por toda respuesta volteó la cabeza…

— ¡General… no se le vaya olvidar…!

El Jefe de los Ejércitos Constitucionalistas, trémulo el bigote entrecano, repuso:

— ¡Ni a tú tampoco, jijo de la rechingada!

Alberto Ruiz

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